A pesar de todo lo publicado sobre el Arte Egipcio a nivel mundial, todavía existen elementos desconocidos o susceptibles de algún tipo de duda. Uno de ellos es el de las cubiertas: ¿Cómo cerraban sus edificios los egipcios? En las grandes salas hipóstilas conservadas como la de Karnak o Medina Habu, nos encontramos con inmensas columnas de piedra caliza decoradas con esos impresionantes relieves tan característicos de este arte, las cuales conservan restos abundantes de policromía. Llama la atención la proximidad de las mismas. Pero ¿y el techo? Éste suele ser lo primero en desaparecer en este tipo de ruinas, aunque no siempre.
Los edificios conservados presentan enormes patios, descubiertos, rodeados de estas salas hipóstilas donde no hay prácticamente espacio para el ser humano; desde luego imposible realizar en ellas una procesión ceremonial siguiendo un rígido protocolo como el que se supone en esos lugares sagrados.
En las pirámides y mastabas, espacios funerarios, viene a ocurrir algo similar. Al exterior la construcción desborda por las dimensiones del edificio y de las piedras que lo conforman pero una vez en el interior, son todo pasillos pequeñísimos, claustrofóbicos. Y lo mismo sucede con las cámaras funerarias, de reducido tamaño a pesar de quedar envueltas por esas impresionantes moles pétreas.
¿Dónde están las grandes salas basilicales cubiertas para desarrollar las recepciones del faraón, un semidios? Se podría alegar que el calor favorecería la realización del ceremonial en el exterior. No obstante, a esta justificación se podría objetar lo opuesto: con esas temperaturas es mejor situarse en el interior que en contacto directo con el sol abrasador. Además, esas piedras tan inmensas funcionan como un aislante térmico perfecto.
Y llegamos a la conclusión ¿no será que los egipcios, tan expertos en trabajar la piedra, no alcanzaron a resolver el problema de las cubiertas? Habrá que esperar a los templos griegos o a los romanos quienes nos dejaron obras como el Panteón de Agripa (118-125 d.C.) o Santa Sofía (Bizancio, 558-562 d.C.). De ahí, hay que remontarse a la Edad Media con sus catedrales góticas y sus interiores; éstos, iluminados por los efectos cromáticos de la luz tamizada por las espléndidas vidrieras, producían la impresión de estar en la Jerusalén Celestial.
